Tomemos pastillas para no soñar, compartamos 500 noches de insomnio. Vivamos cien años y que durante todo un siglo nos cante Joaquín, el hijo de Adela, con cicatrices en la garganta, desgarrando sus cuerdas vocales, seduciendo a Málaga a base de tirarle besos desde el escenario. Uno por mejilla. Para él no es exceso.
Siempre hay un guiño para una Barbi a la que le sigue faltando un buen padrino y que se sigue preguntando por aquella canción que terminaba tan triste, la que nunca empezó por ese mismo motivo. Y mira que motivos le sobran a él y nos sobran a nosotros. 50 y 16 años no son suficientes para cerrar por derribo.
“Ese no soy yo” ¿Cómo que ese no eres tú, Joaquín? Admiras a Dylan como Jordan admiraba al Doctor J. Mas aunque ambos arruguéis la voz y tengáis hechuras parecidas, tú eres más torero. Que no todo el mundo puede vestir de purísima y oro.
Donde habita el olvido habitan también esos recuerdos que te llevan al Pedregalejo de cuando eras joven. Aunque joven seguiste siendo hasta los 40 y 10 (y alguno más). Y joven eras cuando escuchabas con admiración a Alarma. Quién te iba a decir que Jaime Asúa volvería tan rockera a tu mimada rubia platino…
Ay, Joaquín, que sigues tan joven y tan viejo. Como la Málaga que te encuentras una vez más (tan joven y tan vieja) y que te es fiel aunque busques la flor de la saliva de otras Magdalenas. Nunca es demasiado tarde para según qué princesas.
Pero qué hermosas eran tu Barbi, tu Magdalena y tu Princesa y lo bien que llevan que desnudas al anochecer las encuentre la luna contigo…
Benditas tus mentiras, sean cien o más de cien, que evitan que tantos conductores suicidas nos cortemos las venas de un tajo. Pero también benditas tus verdades que desnudan a nuestra Máter España.
No sé que me pasa contigo, que hasta ya me parecen tuyos ciertos versos. Y sin embargo son de Quintero, León y Quiroga.
Fueron dos horas y media ‘Contigo’, desde que nos dieron las diez, precisamente. Y ojalá hubiese perdurado como perdura la canción de los borrachos cualquier noche de boda.
Ay, Joaquín. A partir de Ahora, yo no quiero Pedrega con aguacero, “ni calle Larios sin ti”.